133 En la actualidad, el estilo de vida occidental se caracteriza por el sedentarismo, una alimentación desequilibrada, niveles elevados de estrés y un uso frecuente, a veces excesivo, de medicamentos. Estos factores contribuyen a generar desequilibrios importantes en el sistema digestivo, especialmente a nivel intestinal. Lejos de limitarse a la digestión y absorción de nutrientes, el intestino desempeña funciones clave en la regulación del sistema inmunológico y del sistema endocrino. Por ello, mantener un intestino sano no solo es esencial para el bienestar digestivo, sino también para la prevención de múltiples enfermedades. En condiciones fisiológicas normales, la mucosa intestinal está formada por una capa de células epiteliales, llamadas ‘enterocitos’, que actúa como una barrera selectiva. Esta barrera permite el paso de nutrientes y agua, pero impide la entrada de microorganismos patógenos y antígenos alimentarios. Sin embargo, cuando se produce estrés celular, esta función barrera puede verse comprometida, aumentando la permeabilidad intestinal. Este fenómeno, conocido como ‘intestino permeable’, permite el paso de sustancias que normalmente no deberían atravesar el epitelio. Como respuesta, el sistema inmunitario activa mecanismos inflamatorios que, paradójicamente, pueden agravar aún más la permeabilidad intestinal. Esta retroalimentación perpetúa un estado de inflamación crónica de bajo grado, que se ha relacionado con el desarrollo de numerosas patologías. En casos más extremos esta inflamación puede desencadenar respuestas inmunitarias descontroladas, en las que el organismo deja de reconocer sus propias células como propias y las ataca. Este proceso está en la base de diversas enfermedades autoinmunes, como la esclerosis múltiple, la psoriasis o la enfermedad de Crohn. De hecho, se estima que hasta el 90 % de las enfermedades podrían tener su origen en alteraciones del tracto gastrointestinal. Aunque esta idea pueda parecer novedosa, ya Hipócrates, considerado el padre de la medicina occidental, afirmaba hace más de dos mil años que “todas las enfermedades comienzan en el intestino”. En los últimos años, esta afirmación ha cobrado fuerza gracias a los avances científicos que han permitido comprender el papel fundamental de la microbiota intestinal en la salud humana. ¿Qué es la microbiota intestinal? La microbiota humana está formada por el conjunto de microorganismos que conviven con nosotros en distintas partes del cuerpo. Aunque predominan las bacterias, también encontramos hongos, virus, protozoos e incluso arqueas. Estos microorganismos se localizan en la piel, la cavidad oral, el sistema respiratorio, el tracto genitourinario y, sobre todo, en el sistema digestivo. De hecho, se estima que aproximadamente el 95 % de nuestra microbiota reside en el intestino. En este sentido, la microbiota intestinal está compuesta por miles de millones de microorganismos y ha pasado de ser una gran desconocida a convertirse en un foco de investigación clave. A lo largo de la evolución, estas comunidades microbianas han desarrollado una relación simbiótica con el ser humano, hasta el punto de que muchas funciones que tradicionalmente atribuíamos al propio organismo son, en realidad, realizadas por la microbiota intestinal. Esta estrecha colaboración ha sido clave para el desarrollo de múltiples procesos fisiológicos. Una prueba contundente de la importancia de la microbiota intestinal en la salud y el metabolismo la encontramos en los estudios con animales libres de gérmenes. Estos animales, criados en entornos completamente estériles y sin exposición a microorganismos desde el nacimiento, presentan alteraciones significativas en su desarrollo físico, así como desequilibrios en el estado de ánimo, la percepción del dolor, la cognición y la regulación de la ansiedad. Las bacterias intestinales se encuentran en una zona estratégica: el punto de contacto entre el medio externo y el interior del organismo. Esta ubicación implica una interacción altamente regulada, ya que estas bacterias residen en la luz del tracto digestivo y participan activamente en procesos clave como, por ejemplo, la digestión de alimentos parcialmente degradados, o la síntesis de vitaminas y su posterior absorción. Además de su papel metabólico, la microbiota intestinal actúa como una barrera defensiva frente a microorganismos patógenos, compitiendo por nutrientes y espacio, lo que limita su proliferación. Esta función protectora convierte a la microbiota en una auténtica primera línea de defensa inmunológica en el intestino. Las interacciones entre el huésped, la dieta y la microbiota intestinal son determinantes para el mantenimiento de la salud intestinal y, por extensión, para el equilibrio general del organismo. De hecho, se ha comprobado que ciertos patrones dietéticos pueden favorecer el crecimiento de grupos bacterianos beneficiosos, mientras que otros pueden promover la proliferación de microorganismos asociados a estados de desequilibrio. En este sentido, la microbiota intestinal no solo participa en la producción de vitaminas como B2, B9, B12 y K, o en la generación de metabolitos como los ácidos grasos de cadena corta, que tienen efectos positivos sobre la salud, sino que también puede producir compuestos como aminas, amoníaco, fenoles e indoles, que en exceso pueden contribuir al desarrollo de procesos inflamatorios y desequilibrios intestinales. Diversos estudios han demostrado que una dieta de estilo occidental, rica en grasas saturadas, azúcares refinados y pobre en fibra, puede inducir un desequilibrio en la microbiota intestinal, conocido como ‘disbiosis’. Este desequilibrio se ha asociado con un aumento de la inflamación intestinal, alteraciones en la comunicación entre el intestino y el cerebro a través del nervio vago, y una mayor acumulación de grasa corporal. Por el contrario, una microbiota nutrida con una dieta equilibrada y rica en fibra genera metabolitos beneficiosos que pueden influir positivamente en la regulación de la saciedad. En humanos, se ha comprobado que los ácidos grasos de cadena corta, producidos por la fermentación de la fibra dietética, activan receptores específicos en el intestino delgado y el colon. Esta activación estimula la liberación de péptidos intestinales que inducen la sensación de saciedad como, por ejemplo, el GLP-1. Varios estudios clínicos han confirmado que la incorporación de carbohidratos fermen-
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